Un mundo sin agua
EQUINOCCIO DEL COIHUE
Por: Pedro Cardyn, médico familiar e integrante de la Red de Organizaciones sociales y ambientales de Panguipulli.
Hoy, al amanecer, caminé unos veinte metros frente a la casa y fui al bosquecito a saludar al raulí.
El raulí es el madrino de mi hija Fran, que cumplió cinco años hace dos meses.
Me pregunta por qué han caído casi todas sus hojas: “Pedro, no es otoño, estamos todavía en verano. ¿Qué está pasando?“, me dice él. Las pocas hojas que le quedan están todas con un extraño color amarillo-ocre. Sus ramas desnudas se ven un poco patéticas. Me dan deseos de hacer algún comentario chistoso. Pero siento que él no está de humor. Está vivo aún, pero estos largos meses sin lluvia no le hacen gracia.
Un poco más allá veo los notros. El notro o ciruelillo, es un hermoso árbol nativo que se reproduce con facilidad, y en primavera da unas vistosas flores rojo granate que las abejas visitan con gusto. Los notros también tienen las hojas secas. Todas las hojas. Pero ellos están muertos. Casi la mitad de los notros han muerto en la puebla.
Las ovejas salieron temprano de su corral y escarban inquietas unos pocos malos pastos resecos y mordisquean las hojas de las zarzamoras.
Ayer, de vuelta de San Martín de los Andes, del lado argentino, crucé durante dos horas nuestro querido lago Pirehueico, ese gigantesco fiordo de montaña inserto en medio de los volcanes. Sus orillas están cubiertas de inmensos bosques, ahora intocables después de haber sobrevivido a la fiebre maderera del siglo pasado. Prestando un poco de atención, podemos divisar algunos coihues amarillentos. Y entonces, algunos de los pasajeros del transbordador Huahún, de oídos más despejados, podemos escuchar claramente la pregunta que hacen los coihues a este curioso artefacto de metal que cruza diariamente su lago: “¿Ustedes nos podrían decir quién se ha llevado las nubes y la lluvia?”
Poco después, dos pasajeras nos preguntan por el río Fuy, que desagüa los lagos Lácar y Pirehueico hacia el Pacífico: su lecho está seco desde hace tres meses y el salto del Huilo Huilo también.
Alcé los hombros y guardé silencio. Como no tengo respuestas para tanta pregunta, prefiero ir a pedir consejo a mi amigo coihue, uno de los que hemos plantado a unos metros de mi casa. El coihue es un tata majestuoso entre los árboles del bosque sureño. Casi un poquito presumido. Le pido permiso para treparme en sus brazos. Ello me suele hacer muy bien para soltar las vértebras lumbares, generalmente demasiado contraídas por tanta indignación. Logro llegar con un poco de dificultad hasta sus ramas más altas, hasta una horcaja donde apenas puedo sostenerme sentado y apretado.
Mi amigo coihue es un viejo sabio. Tiene la respuesta que yo buscaba: “Mira Pedro, haz lo que tienes que hacer, tranquiliza tu corazón, abre tus manos, con las palmas abiertas al cielo y entrégate”. Él ya lo está haciendo: está botando la ropa que le sobra, ha dejado caer las hojas de varias de sus ramas. Sabe que la sobrevivencia exige algunos sacrificios. Y él lo hace hoy día; no espera planes de emergencia, camiones aljibes, sirenas ni alarmas amarillas. Está aprendiendo más rápido que nosotros. Como no es egoísta con su aprendizaje, lo comparte conmigo.
Yo lo imito y lo comparto contigo.
Creo que es hora de parar y pisar el freno. Todos. Ahora.
Por la Fran. Por nuestros hijos.
Panguipulli, lunes 23 de marzo de 2015
PANGUIPULLI EN LA RESERVA MUNDIAL DE LA BIÓSFERA