Temuco: Sembrando memoria, Miraflores #724
Autogestión, educación y resistencia en el primer Sitio de Memoria declarado Monumento Nacional en La Araucanía

Afuera, en la calle Caupolicán, la ciudad sigue su curso. Micros y autos avanzan por la arteria principal, se detienen en el semáforo y vuelven a partir. En la esquina, un hombre toca la quena mientras espera la luz verde; algunos conductores le retribuyen su música, otros siguen de largo. Es un día soleado, aunque el frío persiste, como suele ocurrir en Temuco. Peatones cruzan sin detenerse, ajenos o atentos, en una escena donde lo cotidiano no se interrumpe.
El edificio pasa casi desapercibido. Durante años fue un muro más, cubierto de rayados, grafitis y tags, un lugar sin memoria visible. Hoy, en cambio, la fachada está limpia y una placa señala lo que allí ocurrió. No cambia el tránsito ni detiene la ciudad, pero introduce una fisura: un recordatorio de que, en ese mismo espacio donde ahora circula la vida diaria, operó un centro de detención y tortura.

Encuentro
La entrevista se desarrolla en la oficina principal de Miraflores 724. El espacio es sencillo, funcional, atravesado por el uso cotidiano y por la densidad de lo vivido. No es un lugar neutro, allí convergen trayectorias personales, memorias encarnadas y de trabajo colectivo. Quienes conversan no llegan solo desde un cargo o una función, sino desde vínculos profundos con la historia y el presente del sitio.
Marlenne Becker Marín es trabajadora social e integrante de la directiva y del equipo coordinador. Desde su vínculo con el Centro de Investigación y Defensa Sur (CIDSur), ha sostenido la gestión de actividades, la vinculación comunitaria y los programas educativos, articulando el sitio con organizaciones, escuelas y colectivos del territorio.
Rodrigo Cárdenas Neira estuvo detenido en Miraflores 724 durante la dictadura. Hoy es el encargado del área de cultura y coordina ciclos documentales, conversatorios y actividades públicas, entendiendo la cultura como un espacio de encuentro y como una forma de transmisión de la memoria hacia nuevas generaciones.
Carlos Oliva Troncoso preside la Corporación Sitio de Memoria Miraflores 724 y la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de La Araucanía. Amigo y familiar de víctimas, sobreviviente, ha sido una de las figuras clave en el proceso que permitió levantar el sitio y lograr su declaratoria como Monumento Nacional.
El padre de Marlenne participa brevemente. Habla desde la admiración y el orgullo por el trabajo de su hija y por lo que ha construido junto a la agrupación. Rodrigo y Carlos coinciden en esa valoración, recordando un aporte sostenido durante los últimos cuatro años, muchas veces silencioso, siempre constante.
Antes de iniciar el diálogo, un auto solicita paso hacia el estacionamiento que el sitio comparte con el cantón de reclutamiento militar. El gesto es mínimo, casi imperceptible, pero revela una escena singular: un Sitio de Memoria pared por medio con una institución militar. Presente e historia conviven en un mismo espacio, no siempre en diálogo, más bien en paralelo.
La escena expone una convivencia tensa y elocuente. Mientras la memoria se trabaja con convicción, otras estructuras continúan su funcionamiento sin mirarse al espejo. La memoria ocupa un lugar que fue centro de detención y tortura, mientras a pocos metros se tramita el servicio militar obligatorio. Es difícil no pensar en lo que implica esa proximidad para un país que aún evita mirar de frente su herida. Pero cuando la memoria se posa sobre cada golpe y lo nombra, algo se desplaza, la verdad regresa y se instala.

Surgimiento y organización del proyecto
El sitio no comienza con la llave del edificio, sino mucho antes. Antes del inmueble hubo reuniones, dudas, conversaciones largas y decisiones tomadas sin certezas. El origen de Miraflores 724 está marcado por un aprendizaje colectivo, construido paso a paso, sin experiencia previa y con la convicción de que la memoria también se organiza.
Carlos Oliva recuerda ese inicio como un proceso lleno de incertidumbre y de avances inesperados: “Es un tremendo logro. En 2018 no sabíamos cómo funcionaba un sitio de memoria, cómo presentar una declaratoria, cómo tramitar. Miro atrás y digo, pucha que hemos avanzado.”
Su relato vuelve al momento en que asumió la responsabilidad de empujar el proyecto, cuando regresó desde Valparaíso con una carga que no era solo administrativa, sino también emocional y política: “Volví con la mochila pesada, pensando que debí haber dicho que no. Pero lo hicimos con un grupo que superó con creces lo esperado. Jóvenes, profesionales, generaciones mezcladas.”

Sostenimiento y gestión del sitio
La pregunta por el sostenimiento aparece de manera inevitable. Más allá de la declaratoria y del reconocimiento simbólico, el funcionamiento cotidiano del sitio enfrenta una realidad concreta: la ausencia de financiamiento estable. ¿Cómo se sostiene un Sitio de Memoria cuando no existen recursos garantizados?
Marlenne Becker lo plantea con claridad: “Actualmente Miraflores 724 está completamente autogestionado, considerando que no hay recursos provenientes del Estado que podamos designar para ejecutar un plan de gestión.”
Su respuesta no es excepcional, sino parte de un escenario compartido por múltiples sitios de memoria a nivel nacional. Desde hace años, estas experiencias han demandado una ley que asegure financiamiento permanente como medida de reparación y garantía de no repetición. En el caso de Miraflores 724, el reconocimiento estatal no se traduce en garantías materiales. La continuidad del espacio depende del trabajo voluntario, de redes comunitarias y de una convicción sostenida en el tiempo. La autogestión no es solo una estrategia práctica, es también una postura política: memoria mantenida desde abajo.

Actividades
Las primeras actividades del sitio se organizaron pensando en la vida cotidiana de la ciudad y de quienes trabajan durante el día. Por eso, durante los primeros meses se priorizaron horarios vespertinos, buscando que el espacio pudiera ser habitado después de la jornada laboral y no solo en momentos excepcionales.
En septiembre se realizaron los “Miércoles de Memoria”, ciclos de documentales y presentaciones de libros gestionados por Rodrigo Cárdenas. La respuesta del público confirmó una necesidad latente de encuentro y conversación: “Sentimos que el sitio está cumpliendo una necesidad… genera participación, reencuentro social, gente joven, de todas las edades.”
A estas actividades se han sumado visitas guiadas con escuelas, liceos y universidades, que se han vuelto cada vez más frecuentes. En cada recorrido el equipo plantea preguntas abiertas, “¿Qué es para ti la memoria? ¿Qué te gustaría que ocurriera aquí?”, cuyas respuestas son sistematizadas y utilizadas como insumo para orientar el trabajo futuro, con énfasis en infancias, mujeres y comunidad.

Valor educativo y derecho a la memoria
Más allá de las actividades puntuales, el sentido del sitio se proyecta en su dimensión educativa. Miraflores 724 no se piensa solo como un espacio de recuerdo, sino como un lugar donde la memoria se traduce en formación cívica y en una práctica activa de los derechos humanos, especialmente en una región donde estas discusiones han sido históricamente postergadas.
Carlos Oliva lo expresa desde una mirada de largo plazo: “Creo que es el objetivo final instalar un sitio de memoria acá en la Araucanía. Esta región ha adolecido de formación cívica y de respeto. Conocer qué son los derechos humanos, cuándo se violan, quién los viola… educar en memoria.” Y agrega, situando ese aprendizaje en una lucha sostenida en el tiempo: “Todo lo que hemos logrado ha sido porque un sector no muy numeroso pero con convicciones ha luchado siempre. Hoy funciona el Plan Nacional de Búsqueda porque familiares lo empujamos.”
Rodrigo Cárdenas refuerza esa urgencia desde el presente político: “Es importante hablar de memoria, dignidad y justicia. Sobre todo hoy, con el avance de la extrema derecha y el negacionismo. Estos espacios hay que cuidarlos.”Marlenne Becker incorpora otra dimensión del proyecto, entendiendo el sitio como una práctica cotidiana de resistencia y resignificación: “Además de visibilizar lo ocurrido, este es un espacio de resistencia. Lo gestionamos con cariño, con valores solidarios, con respeto. Transformar un lugar donde pasaron cosas horrorosas en un espacio cultural y educativo. Resignificar.” Luego subraya el carácter concreto de esa convicción: “Tengamos o no tengamos recursos, las actividades se hacen. Hay proyección, archivo, cultura. Hablar de política no de partidos, sino de cómo convivimos. Cómo construimos sociedad.”

Reconocer centros de tortura en La Araucanía
Nombrar los centros de detención y tortura en La Araucanía no es solo un ejercicio histórico, es una toma de posición en el presente. Reconocer su existencia implica disputar sentidos en un territorio donde la memoria ha sido fragmentada, negada o desplazada hacia los márgenes.
Rodrigo Cardenas lo plantea desde la necesidad de visibilizar lo ocurrido: “Básicamente visibilizarlo y darlo a conocer. Que sí existieron durante la dictadura. Que sí existió un local como este, en pleno centro de Temuco, donde funcionaba la CNI, donde hubo prisión política y tortura. La gente tiene que saber, independientemente de su postura política. Sobre todo en una región marcada por la derecha y, hoy, por la ultraderecha. Decir que esto existió es un acto de dignidad.”
Marlenne Becker describe el sentido que adquiere ese reconocimiento desde su experiencia en el sitio: “Para mí tiene varias interpretaciones. Una es visibilizar los hechos ocurridos para las garantías de no repetición, la formación en derechos humanos. Pero también siento que Miraflores es un espacio de resistencia.”
Rodrigo Cárdenas vuelve sobre la insistencia como una forma de cuidado hacia las nuevas generaciones: “Hay que mostrarles a las nuevas generaciones que nunca más. Repetir. Ser majadero con eso. No tanto relatar la historia de uno, sino decirles que ojalá nunca tengan que pasar por lo que uno pasó.”
Carlos Oliva amplía la reflexión situándola en un contexto más amplio: “Todo lo que hagamos es insuficiente. Porque el Estado no lo hizo. Existe una ola regresiva mundial que olvida aprendizajes. Volvemos a la ley del más fuerte. El modelo neoliberal nos vacía de contenidos valóricos. Nos convierte en sujetos de mercado. Comprar, cuotas, ofertas… en eso se va la vida.”
Evoca entonces una experiencia vivida en Cunco, donde la memoria fue cuestionada públicamente: “En Cunco instalábamos mosaicos en homenaje a ejecutados y un hombre gritó que sembrábamos odio. Estábamos haciendo algo bonito, recordando vidas. ¿Cómo puede ser odio recordar a quien ya no está?”En ese punto interviene el padre de Marlenne. Recuerda un verso de La Araucana para subrayar cómo, a lo largo de la historia, el poder ha construido enemigos para justificar la violencia ejercida sobre ellos. La referencia instala un eco histórico, el mecanismo de deshumanización se repite cada vez que una sociedad elige olvidar.

Desafíos
El reconocimiento oficial del sitio no fue un proceso lineal ni exento de tensiones. Antes de enfrentar resistencias externas, el primer obstáculo fue interno: el miedo, la duda y la pregunta constante sobre la propia capacidad de sostener un proyecto de esta magnitud.
Marlenne Becker lo recuerda así: “Uno de los principales desafíos fue romper nuestros propios esquemas, el miedo y la duda sobre si seríamos capaces. Finalmente lo logramos.”
A ese proceso se sumaron conflictos concretos en torno al uso del inmueble. Marlenne rememora las tensiones con la agrupación del Programa de Apoyo a Víctimas de Violencia Rural, política estatal orientada principalmente a propietarios y empresas afectadas por delitos en zonas rurales, especialmente en territorios atravesados por el conflicto extractivista, organización que anteriormente ocupaba el edificio. “APRA se resistía a retirarse pese a tener la concesión vencida.”, comenta.
La oposición también se expresó en instancias públicas. Marlenne Becker recuerda cuestionamientos directos en el Consejo Regional: “En el Consejo Regional integrantes del Partido Republicano y la UDI cuestionaron el sitio. Alegaron que ya teníamos un muro, que no necesitábamos todo el espacio. Sugirieron compartirlo.” La respuesta fue inmediata y fundada: “Les mostré la declaratoria para aclarar que el perímetro completo es Sitio de Memoria donde hubo tortura.”
Sostener la propuesta implicó reuniones, negociaciones y una presencia constante. La resistencia institucional y social no fue una excepción, sino una señal de que la memoria sigue siendo un terreno en disputa.
En ese contexto, estos espacios cumplen una función que va más allá de la conservación documental. Abren conversación pública y permiten revisar críticamente el pasado que estructura el presente. Frente a discursos que llaman a “dar vuelta la página”, el desafío no es olvidar, sino comprender con precisión histórica.
La dictadura militar tomó el control del aparato estatal y lo utilizó para ejercer represión sistemática. Las Fuerzas Armadas fueron el instrumento operativo de ese proyecto. Miles de personas, civiles, mapuche, trabajadoras, estudiantes y también personal militar, resultaron afectadas.
Trabajada desde hechos verificables y no desde el negacionismo ni la relativización, la memoria se vuelve una herramienta concreta para impedir que comunidades enteras vuelvan a enfrentar violencia y abuso de poder.

Agregar un comentario