“Tomar contacto con la Tierra como un ser consciente es la base de un cambio cultural sin precedentes”

‘La revolución terrícola’ es el título del libro recientemente lanzado por Corazón Terrícola Ediciones. Publicado bajo el pseudónimo de Mawa, su autor Rodrigo Gaínza nos lleva a pensar y a dialogar en un espacio revolucionario poco corriente, que va más allá de lo social, político o económico y cuyo eje fundamental es la relación de los seres humanos con la Tierra.

Gaínza – escritor prolífico (Feminismo Cosmológico, 2012; Intencionalidad y evolución, 2011; Formato Remoto. Más allá del género, la edad, la raza y la fragmentación, 2004; Dirigir y Corregir. La escuela como cautiverio, 2003; entre otros) – describe las razones que nos separan de la conciencia ancestral y profunda de la Tierra, conexión que podría acabar con la fragmentación que vive la humanidad instalada en el yo y la dominación hacia los otros. Un cambio que el autor sitúa como una responsabilidad de la cuál hacernos cargo.

5 

La revolución terrícola

Lo esencial: ¿Qué es la revolución terrícola?

Es un cambio radical de la forma en que nos relacionamos con la Tierra. El primer paso es percibir la Tierra como un ser y no como una cosa, un ser consciente que puede comunicarse con nosotros cuando silenciamos la mente y dejamos que nuestro cuerpo se conecte con todo lo que lo rodea.

Este primer paso… ¿a dónde puede llevar a la humanidad?

El acto de percibir a la Tierra como un ser es el primer paso para tomar contacto con la conciencia inorgánica de la Tierra, la que puede darnos la fuerza y la sabiduría para dejar atrás la mente exobiótica que nos lleva a actuar como si fuésemos colonizadores extraterrestres. Tomar contacto con la Tierra como un ser consciente es la base de un cambio cultural sin precedentes, porque nos conecta con nuestras responsabilidades como terrícolas humanos en el planeta en que vivimos.

¿Puedes profundizar en el concepto de exobiosis en contraposición al concepto de endobiosis?

Endobiosis y exobiosis son dos grandes rangos de orientaciones culturales que implican formas completamente divergentes de relación entre el cuerpo y el mundo. Las culturas endobióticas buscan una conexión directa entre el cuerpo y el mundo, ya que para ellas el mundo no es un mundo de cosas, sino de intencionalidades. Por eso sus tecnologías y modos de vida son frugales, ya que no pretenden exprimir o distorsionar el entorno en que se desenvuelven. Sin embargo, desarrollaron la cognición y la llevaron a sus límites, al explorar formas de conciencia desconocidas para las civilizaciones exobióticas. En los últimos 10.000 años, en algunos lugares del planeta surgen culturas exobióticas, en las que la importancia personal, sumada a la acumulación del saber y el poder, dan origen a modos de vida basados en la dominación de la Tierra y todos sus seres, como también en la dominación de nuestros semejantes. La exobiosis asciende con los monocultivos, la división campo-ciudad, las religiones suplicantes y la disolución de la comunidad, para instalar en su lugar un orden social en el que el poder, el conocimiento y la riqueza se encuentran concentrados en manos de una oligarquía. Las sociedades exobióticas atraviesan todo tipo de luchas de poder, expandiéndose con los colonialismos hasta desembocar en la civilización tecnológica contemporánea.

Sin embargo, en la raíz de la exobiosis hay una dominación más profunda, aquella que la mente exobiótica, gobernada por el yo, ejerce sobre el cuerpo. La exobiosis se orienta hacia afuera del cuerpo, la vida y la Tierra, como ocurre con las tecnologías que nos vuelven débiles, domésticos y dependientes, o con el deseo de redención ultraterrena o el deseo de colonizar otros planetas. Todo esto proviene de la pérdida de un vínculo directo con la Tierra y sus fuerzas espirituales, que es por cierto el fundamento de lo que llamamos endobiosis o vida hacia adentro de la vida.

1

¿Es posible determinar por qué surgen estas culturas exobióticas?¿Qué podría haber gatillado este cambio?

El chamanismo americano plantea que la mente es una instalación foránea, es decir, que ha sido instalada por seres inorgánicos extraterrestres que se alimentan de nuestra conciencia, reduciéndola al mínimo y originando con ello un tipo de ser humano que se comporta como un depredador egomaníaco. Aunque esta idea suena disparatada para la mente, es posible someterla a verificación. Sin embargo, comprobar el origen foráneo de la mente tiene un fuerte impacto en nuestras vidas. Por ello es necesario fortalecernos, desarrollando una serena indiferencia por nuestra propia persona.

Al parecer la mente foránea se consolida a fines del pleistoceno, dando origen a sociedades estratificadas que ejercen dominio sobre la naturaleza y los seres humanos. Por otra parte, la instalación foránea afecta a todos los seres humanos, lo que explica que cualquiera sea la cultura a la que pertenecemos a menudo caemos en lo mismo: arrogancia, autocompasión, envidia, agresión, posesión, etc. La diferencia que existe con los miembros de las culturas o naciones que viven en equilibrio con la naturaleza es que todavía no se han vuelto exobióticos, ya que su modo de vida y sus prácticas espirituales les permiten, al menos fugazmente, acceder a otros ambientes de conciencia, como por ejemplo la conciencia terrícola profunda.

Siendo conscientes de la fragmentación que genera el sexo y el género ¿Qué rol pueden jugar las mujeres y los hombres en esta revolución?

Debido a que sus cuerpos reflejan los ciclos y pulsos de la naturaleza, las mujeres poseen una conexión directa con la Tierra y sus fuerzas espirituales, de modo que pueden desempeñar un rol protagónico en la revolución terrícola. Los hombres, en cambio, para poder apoyar y sustentar ese impulso de liberación tienen que dejar atrás la masculinidad depredadora instalada por el patriarcado y, en su raíz, por la mente foránea. Esto se aplica a todos los hombres, independientemente del sexo por el que experimentan atracción.

Hasta ahora, todas las ideas revolucionarias provienen de la mente masculina, impulsada por expectativas exobióticas de lograr el dominio de la naturaleza y alcanzar la opulencia. Esas ideas insisten en “cambiar el mundo”. Pero ¿qué está mal en el mundo? ¿Los ríos o las montañas no están bien ahí donde están? Lo que anda mal aquí somos nosotros, no el mundo sino lo que los humanos exobióticos han hecho con él.

Debido a que la civilización exobiótica es profundamente misógina, las sabidurías de las mujeres han sido sistemáticamente degradadas o satanizadas. Incluso el feminismo y el postfeminismo han debido construir sus ideas desde las epistemes masculinas. La revolución terrícola es una metáfora para poner atención en el lado femenino del conocimiento y sus iniciativas prácticas, entendiendo por “femenino” un geofacto y no lo que la cultura o el orden social definen como tal.

 

Más allá del sistema social

En ‘La revolución terrícola’ propones estrategias de desfragmentación entre las personas ¿cuál es la importancia de terminar con la fragmentación que causa el sistema social?

Fragmentación y sistema social son lo mismo. Lo contrario es una comunidad en expansión formada por nuestros seres queridos y los seres queridos de nuestros seres queridos, lo que incluye no sólo a los seres humanos. Creemos que entendemos conceptos como “comunidad”, pero son sólo eso, conceptos, ideas elaboradas por la mente o leídas en libros. Las experiencias de relaciones de comunidad son muy escasas, apenas fragmentos, momentos en que el yo es sólo un punto de vista entre muchos otros, donde compartir es la primera necesidad social ya que en ella reside el júbilo y el sentido de la productividad humana. Muchos han creído que vivir en comunidad es buscar un espacio cómodo para complacerse a sí mismos en todas las formas imaginables. Eso no es más que autoindulgencia. Comunidad significa que estoy conectado con los demás, con los seres vivientes, con el territorio, y tengo por tanto responsabilidades de las que hacerme cargo. Eso no tiene nada de cómodo ni de conveniente, es un montón de esfuerzo. Sólo por un profundo amor a la Tierra y a un modo de vida ajustado a ella tiene sentido hacer esos esfuerzos. Terminar con la fragmentación es el fin de las luchas de clases y de la explotación del hombre por el hombre. Es el fin de las quejas y también de la obsesión de corregir a los demás sin su consentimiento. Desfragmentar nuestro modo de vida implica que abandonamos la victimización, el deseo de supremacía, la envidia y el resentimiento.

Los sistemas sociales exobióticos, en cambio, están basados en la libertad egoísta de sacar provecho de los demás o en el control y administración de esa libertad egoísta por parte de un estado autoritario. Como consecuencia del control que la exobiosis ejerce sobre el cuerpo y la subjetividad, surgen diferentes formas de evasión o consolación, pero ninguna de ellas apunta al acrecentamiento de la conciencia terrícola, sino a la “realización” o el “crecimiento personal”. La desfragmentación no es un estilo de vida hippie que busca la pacificación universal, sino una lucha constante contra la importancia personal. Estamos llenos de expectativas de nuevas ideas políticas y sociales y no prestamos atención a algo tan simple como esto. Pero si lo pusiéramos en práctica observaríamos que nuestros importantísimos problemas sociales y personales comienzan a desvanecerse. Al abandonar el gobierno del yo, podemos asumir las responsabilidades territoriales que hemos dejado de lado.

En tu libro hay una frase que podría incomodar a gente de los movimientos sociales que tienen cierta sintonía con un pensamiento ecologista o ‘pro’ preservación de la Tierra y sus recursos naturales, quienes suelen situarse en la izquierda y estar en contra del capital. La frase dice así:“Capitalismo, fascismo y socialismo son tres sistemas sociales exobióticos”. ¿Puedes profundizar en esta aseveración?

Estos tres sistemas económico-políticos provienen de un mismo tipo de civilización. En ellos el sistema social se expande socavando la Tierra, el poder se encuentra concentrado en manos de una minoría y no es posible desarrollar relaciones de comunidad. Los tres tienen en común el mismo tipo de tecnología, los mismos criterios de desarrollo económico, los mismos dispositivos de control social. Lo que ocurre es que el estado, el capital, las tecnologías defoliantes, al igual que las relaciones de poder que involucran la dominación o exclusión de nuestros semejantes, son características de las civilizaciones exobióticas. Por eso no los encontramos en las culturas originarias, donde existe una estrecha relación con la Tierra y sus fuerzas espirituales, lo que contribuye a que existan relaciones de comunidad y todos asuman la responsabilidad de proteger el territorio y su soberanía.

¿Y cómo ves tú las luchas sociales por un mundo más justo?

La lucha de clases conduce al fascismo. El pensamiento social ateocristiano nos ha hecho creer que a través de la lucha de clases los oprimidos alcanzarán el poder y construirán una sociedad mejor, pero en la práctica lo que ocurre es que al agudizarse las desigualdades sociales se instalan regímenes totalitarios, ya sea de izquierda o de derecha, porque los cambios políticos de las relaciones de poder no han modificado la forma de conciencia de la humanidad. La lucha de clases y el conflicto perpetuo entre opresores y oprimidos es el dispositivo a través del cual el sistema social se perpetúa a sí mismo, adecuándose a los nuevos escenarios históricos. Cuando rompemos con esta lógica y asumimos responsabilidades territoriales, las desigualdades sociales comienzan a derrumbarse por sí mismas, ya que nadie tiene interés en sacar provecho de los demás en aras de sus intereses personales.

¿Qué implica caminar con el corazón, con el corazón terrícola?

El corazón es el núcleo de la revolución terrícola, ya que la batalla de fondo se libra en el corazón del ser humano. Sólo el corazón puede acabar con la mente exobiótica que nos separa de la Tierra y sus seres, sean orgánicos o inorgánicos. Para eso tenemos que preguntarnos: ¿Qué queremos? ¿Queremos que aquellos a quienes odiamos reciban su merecido o queremos un mundo que podamos amar? ¿Queremos reivindicar los agravios o ambiciones del yo o explorar todos nuestros recursos y hacernos responsables del planeta que habitamos? Hemos perdido mucho tiempo quejándonos del mundo en que vivimos en lugar de poner toda nuestra energía en practicar esos modos de vida que consideramos mejores. Este desafío está abierto a todos. ¿Por qué negar esa posibilidad a quienes no piensan como nosotros?

4

Caminar con el corazón significa seguir caminos que otorgan plenitud. Sin embargo este no es un camino que ofrezca paz, consuelo, seguridad o certidumbre. Más bien todo lo contrario. Anhelos imposibles, esfuerzos enormes, preguntas inquietantes, adversarios llenos de poder, eso templa al corazón terrícola. Lo demás es apacentar rebaños new age o inspirar batallas que conducen al odio y la derrota. La nuestra es una lucha sin fin y eso regocija nuestro corazón, porque lo afinamos con un ánimo que se aleja del desaliento o la decepción.

¿Qué es Corazón Terrícola?

Corazón Terrícola (www.corazonterricola.net) es una plataforma del intento para sumar iniciativas que contribuyan a acrecentar la conciencia terrícola. Eso también significa oponer resistencia a los poderes exobióticos que socavan nuestro territorio y amenazan a los pueblos originarios y a sus territorios espirituales. Pero ante todo es una llamada a pasar por encima de nuestras diferencias y asumir lo que todos tenemos en común: somos terrícolas y tenemos responsabilidades de las que hacernos cargo.

Responsabilidades

¿Qué papel juega la relación con el territorio en que vivimos para llevar a cabo la revolución terrícola?

La relación con el territorio es fundamental, ya que es el aspecto más inmediato de la Tierra con que tenemos contacto. La conciencia terrícola se expande a medida que asumimos responsabilidades territoriales. Un ejemplo es cuidar un territorio, por pequeño que sea, o propagar formas de vida y proporcionarles las condiciones para que puedan multiplicarse. Otro ejemplo es asumir la protección de un territorio espiritual, es decir, un espacio en el que se conectan diferentes mundos de la Tierra.

Como los Ngen Mapu de los que habla la cultura mapuche.

Exacto. Las naciones originarias tienen una relación muy estrecha con esos espacios, por eso es crucial apoyarlas para que les sean restituidos y queden bajo el cuidado de sus autoridades espirituales. La posibilidad de que en este territorio surjan nuevas orientaciones culturales depende en gran medida de que se restituyan los Ngen Mapu a las autoridades ancestrales del Wallmapu y se establezca jurídicamente su inviolabilidad. Los chilenos todavía no comprenden esto, pero con un esfuerzo sostenido esa conciencia se irá desarrollando al calor de la lucha por la soberanía territorial binacional.

 

Río Pilmaiken

La soberanía. ¿Cuál es el papel de la soberanía en la revolución terrícola?

La soberanía es la base del modo de vida de las comunidades y naciones terrícolas de todos los tiempos. En América muy pocas naciones resistieron la colonización azteca, maya, inca o europea. Son un baluarte de la soberanía, lo que involucra la supervivencia de su espiritualidad. Tenemos mucho que aprender de esos pueblos. Hoy la soberanía territorial chilena se encuentra amenazada, la biotecnología exobiótica controla los alimentos y la farmacopea, las corporaciones multinacionales se apoderan de los territorios y los recursos naturales. Proteger la soberanía es una responsabilidad de todos, no sólo de las fuerzas armadas. Nosotros sostenemos que es necesario unir la lucha por las libertades con la lucha por las soberanías. Ambas aspiraciones se encuentran fragmentadas. Nuestro tiempo llama a ejercer la soberanía de los cuerpos y los territorios. Para nosotros, libertad significa 100% responsabilidad y 0% obligación. Las libertades a las que aspiramos tienen que ser proporcionales a las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir.

¿Qué acciones concretas se podrían llevar a cabo en un territorio?

La primera acción es conectarnos con el territorio donde vivimos. Ya no verlo en función de nuestros intereses, sino ponernos a disposición de sus necesidades. ¿Cómo está el territorio? ¿Qué lo favorece o amenaza? ¿Qué atenta contra su fertilidad? ¿Cómo podemos contribuir a su expansión? Cada uno definirá su territorio de acuerdo a la energía de la que disponga para asumir responsabilidades. Quizás se trate del patio de la casa, o el barrio, la localidad en que vivimos, la región en que estamos. El esfuerzo consistirá en que esa conciencia territorial se expanda y pueda ser asumida por quienes nos rodean, por diferentes que sean sus formas de pensar.

Si observamos los conflictos sociales no nos será difícil reconocer que constituyen una cortina de humo para no asumir nuestras responsabilidades territoriales. Pero cuando las asumimos, las diferencias sociales dejan de ser determinantes. Un ejemplo es el de las catástrofes ambientales. Por un momento todo el mundo se une para ayudar a los damnificados. Jóvenes y adultos, civiles y uniformados, sistémicos y antisistémicos, por unos días suman sus fuerzas y dejan de lado la fragmentación. Esa es la actitud, el ánimo que proponemos. Si fuésemos capaces de mantenerlo en cualquier circunstancia surgiría un cambio cultural sin precedentes. El problema ya no será a quién pertenece la tierra, sino qué estamos dispuestos a hacer para su beneficio. Si esto se convierte en una práctica generalizada, surgirán por sí mismos cambios jurídicos coherentes con ello. A través del contacto con el territorio y sus formas de vida se desarrollan espontáneamente las prácticas culturales endobióticas, con la cual se vuelve evidente todo aquello que amenaza el curso de la vida y todo aquello que lo favorece.

Más información en corazonterricolaediciones.net

Contacto editorial: corazonterricola@gmail.com

Print Friendly, PDF & Email