Por Andrea D’Atri  y Celeste Murillo

https://www.laizquierdadiario.com/Nosotras-el-proletariado

A principios de 2018, la editorial Traficantes de Sueños publicó El patriarcado del salario de Silvia Federici. En medio de la reemergencia del movimiento feminista a escala internacional, el debate sobre las relaciones entre patriarcado y capitalismo vuelve a escena, en diálogos no exentos de controversias entre feminismos e izquierdas anticapitalistas, marxistas y socialistas.

Desde mediados del siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX, la incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico –propiciada, en sus inicios por el desarrollo capitalista y luego reforzada por la “escasez” de fuerza de trabajo masculina generada por la I Guerra Mundial–, chocó contra la falta de derechos políticos para las mujeres. La relativa igualación con los hombres en el mercado de trabajo, a la que las masas femeninas eran empujadas por el capital (como también sucedía, en plena revolución industrial, con niñas y niños), ponía de relieve o hacía más contrastante su desigualdad en la sociedad civil. Podríamos decir que la relativa y nueva “igualdad ante (algunos aspectos de) la vida” hacía insostenible la inadecuada y vetusta “desigualdad ante la ley” entre hombres y mujeres. En esa contradicción, puede pensarse que abreva la lucha por los derechos civiles y fundamentalmente por el sufragio femenino, encabezada por mujeres ilustradas en Inglaterra y otros países avanzados y acompañada por grandes sectores de trabajadoras.

A comienzos del siglo XX, el Estado obrero transicional surgido de la Revolución rusa, estableció medidas tendientes a la socialización del trabajo doméstico que realizaban las mujeres, que era uno de los pilares fundamentales de la política bolchevique para la emancipación femenina. Aunque las medidas de socialización enfrentaron muchos límites por la guerra y la crisis económica, fue una experiencia de avanzada para poner fin al aislamiento de las mujeres en el hogar y favorecer su inserción en la vida pública [1].

En los años 1970, la segunda oleada feminista puso en evidencia la relación entre lo personal y lo político. Develando esa mistificación, las mujeres estaban cuestionando, impredeciblemente, aquello que el capital había logrado institucionalizar y naturalizar como discordancia desde mediados del siglo XX: la separación entre lo público (producción, trabajo asalariado) y lo privado (reproducción, trabajo no remunerado). Los primeros debates sobre el trabajo doméstico y su papel en el modo de producción capitalista se remontan a esos años. ¿El trabajo doméstico produce plusvalía? ¿Hay un modo de producción patriarcal –sostenido en el trabajo doméstico– diferenciado del modo de producción capitalista o hay un solo sistema capitalista-patriarcal donde la reproducción de la fuerza de trabajo está determinada y subordinada a la producción de valores de cambio?

En 1972, la autonomista marxista feminista Mariarosa Dalla Costa publica en Italia y Gran Bretaña simultáneamente, El poder de la mujer y la subversión de la comunidad, con la colaboración de la norteamericana Selma James. Allí señalan que el trabajo reproductivo es fundamental para el funcionamiento del capitalismo y que su carácter esencial está invisibilizado por la ausencia de retribución salarial. Junto con Silvia Federici en Nueva York y Brigitte Galtier en París, fundan el Colectivo Feminista Internacional para promover este debate y coordinar acciones en diversos países a través de una red de comités “por el salario para el trabajo doméstico”.

Entre muchos otros textos con diferentes enfoques que signaron este debate, en 1983 aparece El marxismo y la opresión de las mujeres. Hacia una teoría unificada, de la norteamericana Lise Vogel. Mientras avanzaba la contraofensiva neoliberal, clausurando el período de radicalización de masas de la década precedente, Vogel postulaba que el orden de género del capitalismo se apoya estructuralmente en la articulación social entre el modo de producción capitalista y los hogares de la clase trabajadora, antes que en un patriarcado ahistórico o en un modo de producción doméstico separado radicalmente del que establecen las relaciones entre capital y trabajo.

En las últimas décadas, la extraordinaria feminización de la fuerza de trabajo –que se materializa bajo condiciones de precarización– y la relativa conquista de derechos democráticos que, en cierto sentido, equipara a “ciudadanos y ciudadanas de distintos géneros”, elevó las aspiraciones de las mujeres que hoy padecen el notable contraste entre esta “igualdad ante la ley” y la, sin embargo persistente, “desigualdad ante la vida”. En ese choque deberíamos buscar los fundamentos de esta nueva oleada internacional del movimiento de mujeres que se expresa en las calles de Estados Unidos en solidaridad con la población inmigrante y contra el gobierno de Trump y sus políticas xenófobas, en Argentina por el derecho al aborto, en el Estado español contra la violencia de género avalada por las instituciones del régimen político, por mencionar algunos ejemplos. Esta nueva ola además, aun con objetivos diversos, se reapropia del lenguaje y las formas que, históricamente, construyeron las clases trabajadoras en su lucha contra la explotación: huelga de mujeres, paro internacional de mujeres, “si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotras”.

¿Serán estas manifestaciones el preanuncio de una nueva recomposición subjetiva de esta clase trabajadora del siglo XXI que ha mutado de rostro? ¿Surgirá, de esta nueva configuración de la clase trabajadora, un feminismo anticapitalista y socialista –que hoy apenas representa pequeñas fracciones del movimiento de mujeres internacional– que sea capaz de organizar a amplios sectores de esas masas femeninas? No podemos anticiparlo, más que con nuestra acción militante en esa perspectiva. En todo caso, sea cual fuere el resultado de esta reemergencia del movimiento de mujeres con un proletariado muy diferente al que se configuraba en la década de 1970, se impone la relectura y actualización de los debates ya clásicos entre feminismo y marxismo sobre la relación entre patriarcado y capitalismo y cómo ésta se manifiesta en el trabajo reproductivo, mayoritariamente realizado por las mujeres.

Ya hoy, con la revitalización de estos debates de la teoría de la reproducción social, el clásico texto de Vogel se revaloriza al calor de la intervención de académicas y activistas norteamericanas que se proponen construir “un feminismo del 99 %”, dialogando con el nuevo movimiento de mujeres. Como señalaba Lise Vogel (y sigue vigente):

Políticamente, tanto el movimiento socialista como el movimiento feminista socialista se enfrentan con la difícil tarea de luchar en favor de las mujeres sin sucumbir a dos peligros igualmente insidiosos. Por una parte, deben mantenerse en guardia contra el feminismo burgués, la limitada lucha por alcanzar la igualdad dentro del marco de la sociedad capitalista; y, por otra parte, no deben permitir que concepciones simplistas o economicistas de la lucha de clases releguen a un lugar subordinado la lucha por la liberación de las mujeres. Planteando el problema en otros términos, las/los socialistas comprometidas/os con la liberación de la mujer deben encontrar una manera adecuada de vincular la lucha feminista a la lucha a largo plazo por la consecución del poder político y la transformación social [2].

Desde esa perspectiva que se expresa en nuestra militancia en el movimiento internacionalista, feminista socialista y revolucionario de mujeres Pan y Rosas, y sin pretender agotar la discusión en estas líneas, abordamos esta primera lectura de El patriarcado del salario, de Silvia Federici, que reúne sus artículos más recientes sobre este viejo y renovado debate.

El trabajo del valor y el valor del trabajo

Silvia Federici encuentra, en la definición de trabajo productivo como generador de valor, un sesgo “masculino” que justificaría, como contraparte, la gratuidad del trabajo reproductivo (mayoritariamente femenino), un trabajo “desvalorizado” socialmente frente al otro trabajo que es el único que el capitalismo entroniza como verdaderamente útil.

Lo que Marx no vio es que en el proceso de acumulación orginaria no solo se separa al campesinado de la tierra sino que también tiene lugar la separación entre el proceso de producción (producción para el mercado, producción de mercancías) y el proceso de reproducción (producción de la fuerza de trabajo); estos dos procesos empiezan a separarse físicamente y, además, a ser desarrollados por distintos sujetos. El primero es mayormente masculino, el segundo femenino; el primero asalariado, el segundo no asalariado. [3]

Pero ni “productivo”, ni “valor” tienen, en el contexto de El Capital de Marx, una valoración moral. Que un trabajo no genere valor no debe confundirse con el hecho de que ese trabajo sea considerado inútil. De hecho, el propio Marx señala el carácter no productivo (es decir, no generador de valor) del comercio y las finanzas, que son vitales para la circulación del capital pero sin generar plusvalor, sin ser productivas y nadie afirmaría por eso que, el autor de El Capital, no reconoció el rol indispensable de ambas actividades en este modo de producción (aunque estas actividades, a diferencia del trabajo doméstico, son compensadas con creces).

Marx define como trabajo productivo a aquel trabajo que genera valor de cambio: esta definición es específica y responde a la descripción de la lógica de un modo de producción (el capitalismo):

…trabajo productivo es una determinación de aquel trabajo que en sí y para sí no tiene absolutamente nada que ver con el contenido determinado del trabajo, con su utilidad particular o el valor de uso peculiar en el que se manifiesta. Por ende, un trabajo de idéntico contenido puede ser productivo e improductivo [4].

Marx no se ocupa específicamente de las características de ese trabajo reproductivo, pero sí “establece el vínculo necesario entre producción y reproducción más allá de su separación aparente” [5]. En la Introducción a los Grundrisse, el monumental borrador de 1857 de El Capital, establece cómo las categorías de la economía capitalista –la producción, circulación y reproducción (económica) del capital– deben ser comprendidas dentro de un socio-metabolismo mucho más amplio, que incluye todas esas actividades fundamentales para la reproducción de la sociedad a las cuales la economía política, con su mirada excluyente a lo que ocurre en el mercado, deja de lado. En ese sentido, ofrece las bases para entender cómo entra el trabajo doméstico en la totalidad del modo de producción, con su producción de valores de uso que no se convierten en valores de cambio, sino que se agotan en un “consumo productivo” en la misma esfera privada en la que son generados, lo que resulta vital para la reproducción de la fuerza de trabajo. Tithi Bhattacharya, intelectual feminista de la corriente denominada teoría de la reproducción social, ve en el trabajo humano, al igual que Marx, la “premisa de la historia humana” y que,

…el capitalismo, sin embargo, reconoce el trabajo productivo para el mercado como la única forma de “trabajo” legítimo, mientras que la enorme cantidad de trabajo familiar así como comunitario que sirve para sostener y reproducir a la trabajadora o, más específicamente, su fuerza de trabajo, es naturalizada como no existente [6].

El capitalismo relega a las mujeres (hoy deberíamos decir, para mayor precisión, que las sobrecarga con) al trabajo reproductivo no remunerado. De esta forma, el capitalista, aunque no extrae plusvalor de esta actividad, por tratarse de un trabajo que no genera valores de cambio (es decir, no es pasible de ser intercambiado en el mercado), cuenta con estas tareas llevadas a cabo de forma no remunerada para la reproducción de la fuerza de trabajo. De allí que el trabajo reproductivo sea indispensable, aunque no genere valor ni, por tanto, plusvalor; es decir, aunque desde el punto de vista estricto de la lógica del capital, sea un trabajo no productivo.

El trabajo reproductivo es útil, aunque no se defina como productivo desde el punto de vista del capital y no es necesario buscar de qué manera podemos incorporarlo a la lógica de la extracción de plusvalía para que pueda ser reconocido y “valorado” socialmente. Ése fue el camino adoptado por algunas teóricas feministas, quienes intentaron explicar que si el trabajo reproductivo “producía” la mercancía fuerza de trabajo, entonces debía ser considerado como productivo, solo que la existencia de una opresión (ideológica, cultural) patriarcal, lo mantenía subsumido en el interior de los hogares particulares y realizado gratuitamente por las mujeres [7]. Pero como alerta Daniel Bensaïd,

…las normas entre un trabajo realmente sometido al capital por el rodeo del mercado y una actividad privada son sin embargo difícilmente comparables (taylorización del trabajo de cocina y hotelería). Los instrumentos de medida dependen de una elección arbitraria insatisfactoria: se trata de calcular lo que una persona podría ganar en el mercado de trabajo durante los lapsos de tiempo consagrados a las actividades domésticas (costo en ganancias potenciales), así como calcular lo que se debería pagar en el mercado para obtener un servicio equivalente (costo de la compra en el mercado) [8].

En estas décadas pasadas, para los debates que enfrentan a feministas y marxistas, no podemos más que compartir las palabras de Bensaïd quien señalaba que “la transferencia imprudente de los conceptos de Marx fuera de su campo específico, oscurecieron a menudo los problemas, como lo ilustra el manejo aproximativo de las nociones de valor de cambio y trabajo productivo” [9].

(Re)producción familiar

En la misma línea que su lectura particular del “sesgo masculino” que tiene la definición del trabajo productivo en el capitalismo, Federici se pregunta,

…cómo sería la historia del desarrollo del capitalismo si en lugar de contarla desde el punto de vista del proletariado asalariado se contase desde las cocinas y dormitorios en los que, día a día y generación tras generación, se produce la fuerza de trabajo [10].

Con esta pregunta, instala su crítica a lo que ella considera la visión (o más bien, ceguera) de Marx (y luego, del marxismo) acerca del lugar que tiene la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo y, a su vez, el de la reproducción social en el sistema capitalista.

Si bien en El Capital no se profundiza acerca de la naturaleza de esta producción particular de la mercancía “fuerza de trabajo”, es justo señalar que se considera que la división sexual del trabajo –característica de las sociedades patriarcales– es previa al capitalismo y no surge recién con su acumulación originaria. El patriarcado ya estaba allí; lo que hizo el capitalismo fue adaptar esas relaciones a su propia lógica y subordinarlas a sus necesidades.

Es que para Marx, el capitalismo es una totalidad orgánica, un sistema cuyo centro de gravedad se encuentra en la generación de valores de cambio y la extracción de plusvalía. Desde este punto de vista, el funcionamiento del modo de producción capitalista se centra en la explotación de la fuerza de trabajo, aquella mercancía única y especial porque es capaz de producir valores de cambio. Y si el capitalismo usufructúa la explotación del trabajo asalariado, empero no significa que no usufructúe otras formas de trabajo no asalariadas subsumidas a aquella forma central que posibilita la extracción de plusvalía. Bhattacharya señala que en El Capital, “Marx no teoriza este segundo circuito, sino que simplemente apunta que ‘el mantenimiento y la reproducción de la clase trabajadora permanece como una condición necesaria para la reproducción del capital’” [11].

En este sentido, también es interesante lo que señala Lise Vogel acerca del rol de la familia, la “unidad reproductiva” por excelencia, aunque se trate de una institución preexistente al capitalismo. Vogel le otorga a la familia trabajadora –es decir, aquella donde se reproduce la fuerza de trabajo– un rol indispensable en el sistema capitalista y “prioriza el análisis de la relación estructural que la vincula a la reproducción del capital, en lugar de la estructura interna y las dinámicas que caracterizan a la familia” [12]. Poner a la familia en el contexto de las relaciones sociales dominantes (capitalistas) permite ver el rol de esta institución preexistente, aunque adaptada y con una forma específica (familia obrera), y no aislar su dinámica interna, donde funcionan jerarquías de género y edad, de su funcionalidad en el capitalismo.

La contradicción como oportunidad

Al referirse a la familia obrera, Federici señala que hubo un proceso de transformación desde la segunda mitad del siglo XIX, que dejaría atrás a la familia de la Revolución industrial. Y señala que aunque Marx haya visto la destrucción de la familia por la explotación capitalista, consideraba –igual que Engels– que la inserción de las mujeres en el mundo laboral era positiva, sin darse cuenta que “del proceso de reforma que está teniendo lugar y que crea una nueva forma de patriarcado, nuevas formas de jerarquías patriarcales” [13]. Para la autora de El patriarcado del salario,

… a partir de finales del siglo XIX, con la introducción del salario familiar, del salario obrero masculino (que se multiplica por dos entre 1860 y la primera década del siglo XX), es que las mujeres que trabajaban en las fábricas son rechazadas y enviadas a casa, de forma que el trabajo doméstico se convierte en su primer trabajo y ellas se convierten en dependientes [14].

Según Federici, el capitalismo creaba las formas de una familia obrera para apaciguar al proletariado que se había rebelado contra esa explotación a destajo, garantizando la existencia de una clase más productiva y menos díscola. En su perspectiva están ausentes, sin embargo, los procesos contradictorios de la lucha de clases ya que, con una visión casi conspirativa, la clase dominante aparecería como portadora de un poder ilimitado para imponer las condiciones no sólo de la explotación sino también de la reproducción de la clase obrera, sin obstáculos ni resistencias.

Esa transformación que describe Federici, y que culminará en la conformación de la familia nuclear, la unidad familiar signada por un salario del obrero masculino proveedor y una mujer convertida en ama de casa, dependiente de este salario que garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo, es un proceso histórico que aparece aquí exento de luchas por aumento de salario, por reducción de la jornada laboral, por victorias y derrotas parciales, por concesiones que los capitalistas también se ven obligados a hacer para seguir manteniendo la explotación del trabajo asalariado en las mejores condiciones que les permita la relación de fuerzas entre las clases. Porque es necesario destacar que éste, como otros procesos a los que asistimos en el modo de producción capitalista, es contradictorio: por un lado, se expulsa a las mujeres del mundo productivo para garantizar la reducción del costo de la fuerza de trabajo mediante su dedicación exclusiva al trabajo reproductivo no remunerado; pero se reduce así la población disponible para la explotación, es decir, aquella a la que el capitalista puede extraer plusvalía.

Para la clase obrera, la defensa de los lazos familiares frente a la voracidad de la industria que no distingue entre hombres y mujeres o entre adultez e infancia a la hora de la explotación, también significó un enfrentamiento con el capital por mejorar sus condiciones de vida. Con el acceso masivo a escuelas, hospitales y otros servicios públicos, también mejoran las condiciones de vida del pueblo trabajador y se transfiere, del hogar privado al Estado capitalista, una parte de la carga del trabajo reproductivo. Sus consecuencias “benéficas” para la clase trabajadora también pueden comprenderse por la negativa: la privatización o eliminación de servicios públicos siempre es resistido por las masas ya que su consecuencia es un golpe al “bolsillo” de las familias obreras y/o un aumento del trabajo reproductivo en el hogar privado, es decir, mayoritariamente de las mujeres de la familia.

En las últimas décadas, el capitalismo en su forma “neoliberal” ha atacado a los sindicatos y otras organizaciones propias de la clase obrera asalariada, para reestructurar la producción incrementando la explotación por diversas vías. Pero también ha golpeado sobre el proceso de reproducción social de la fuerza de trabajo, mediante la privatización de empresas públicas, recortes y eliminación de distintos programas de seguridad social, ajustes presupuestarios que deterioran la educación y la salud pública, tarifazos en el transporte y otros servicios esenciales que recaen sobre la economía familiar del pueblo trabajador. De esto hablamos cuando denunciamos que el endeudamiento de los países sometidos por el imperialismo, trae aparejadas políticas de ajuste que incrementan el trabajo reproductivo realizado, gratuitamente, por mujeres y niñas. La lucha contra esta ofensiva del capital sobre las masas “son también un esfuerzo de la clase por demandar su porción de la civilización” [15].

Que la forma familiar regulada por “el patriarcado del salario”, también tenga un aspecto funcional al capitalismo, no significa que no encierre contradicciones signadas por la puja entre capital y trabajo y definidas por la lucha entre las clases.

La contradicción es ineludible porque la producción capitalista se centra en la extracción de plusvalía que se origina en la explotación del trabajo asalariado, pero no puede prescindir de la reproducción social de esa fuerza de trabajo. Es decir, la tendencia a la transformación en fuerza de trabajo de sectores cada vez más amplios de las masas, desestabiliza los procesos de reproducción que también son necesarios. Esto que Nancy Fraser señala que conduce a crisis recurrentes, es una contradicción que, para la feminista norteamericana, “no se sitúa ‘dentro’ de la economía capitalista, sino en la frontera que simultáneamente separa y conecta producción y reproducción. Ni intraeconómica ni intradoméstica, es una contradicción entre dos elementos constituyentes de la sociedad capitalista” [16].

Desde esta perspectiva, el núcleo del funcionamiento del capitalismo no puede encontrarse en “las cocinas y los dormitorios” como dice Federici, aunque lo que allí sucede esté, precisamente, modelado por el modo de producción capitalista sobre la base de arcaicas formas patriarcales para subsumir esos procesos de reproducción social a su sed de ganancias. “La integración indirecta del trabajo doméstico en la determinación del salario crea entonces un vínculo de dependencia personalizado (y a menudo jurídicamente codificado), más bien que una relación de explotación en el sentido específico de extracción de plusvalor. Este vínculo está más próximo de las relaciones de dominación jerárquica que de las relaciones de clase modernas”, dice el marxista francés Daniel Bensaïd [17]. Es lo que la teórica Tithi Bhattacharya define casi aforísticamente cuando señala que “la relación salarial impregna los espacios no-asalariados de la vida cotidiana” [18].

En ese vínculo ineludible radica la necesariedad de que la lucha contra la opresión de las mujeres adquiera una perspectiva anticapitalista y, más precisamente, socialista y revolucionaria; al tiempo que toda lucha de la clase trabajadora contra la explotación capitalista no pueda prescindir de un programa de acción contra la opresión femenina que, bajo este sistema, se ancla en la naturalización de la reproducción gratuita de la fuerza de trabajo.

A modo de conclusión

El debate sobre la relación contradictoria entre producción y reproducción no debería prescindir, sin embargo, de un dato que modifica la mirada sobre estos debates teóricos, como también la mirada política de quienes tenemos interés en la liberación de todas las formas de explotación y opresión. Por primera vez en la historia del capitalismo, las mujeres constituyen, aproximadamente, el 40 % de la clase trabajadora mundial. Esto significa que el 54 % de las mujeres, en edad económicamente activa, participa en el mercado laboral, como trabajadoras asalariadas [19]. ¿Cuántas de esas más de 1.300 millones de mujeres cargan, a su vez, con el trabajo gratuito que les permite reproducir su propia fuerza de trabajo como la de otras y otros? ¿Cuántas son las que hacen trabajo doméstico a cambio de un salario para que su empleadora pueda ser explotada en el mercado laboral, cubriendo con su propio salario el costo de estos servicios que reducen su propio trabajo de reproducción? La fenomenal transformación de la fuerza de trabajo a escala mundial también ha transformado radicalmente a las familias de la clase trabajadora. ¿Cuál ha sido el incremento de los hogares sostenidos con el salario de una mujer, cuántas son las familias “monomaternales”? ¿Cómo son las redes de mujeres que con o sin salario, sustituyen los trabajos domésticos y de cuidados de otras mujeres asalariadas?

En esta compleja y novedosa realidad no hay lugar para el reduccionismo de un corporativismo sindical economicista que sólo integra, en su perspectiva, a una clase obrera masculina (y, por qué no también blanca, nativa y heterosexual). Pero tampoco podemos limitar la lucha de las mujeres por su emancipación a un sujeto también estereotipado –el ama de casa– cuya existencia ha mutado sustancialmente en las últimas décadas, prescindiendo de la perspectiva del capitalismo en su totalidad orgánica, que incluye este nuevo rostro feminizado de la fuerza laboral. ¿Cuál será el impacto que las luchas de las mujeres en los espacios de la reproducción tendrán sobre las luchas de una clase obrera cada vez más feminizada? ¿De qué manera el empoderamiento de las mujeres, a través de esta reemergencia del feminismo a nivel mundial, impactará sobre las mujeres explotadas y cuáles serán las consecuencias para un sindicalismo masculino, incapaz de incorporar a los sectores más oprimidos de la clase?

Los feminismos que aspiren a la emancipación de las mujeres de todas las formas de opresión patriarcal que hoy subsisten, no pueden eludir los obstáculos que el capitalismo opone a esa perspectiva, comenzando por el más evidente: en el extremo de una imaginaria línea de la población mundial ordenada según su riqueza, ocho hombres acumulan una cantidad de dinero equivalente a lo que, en el otro extremo, alcanza para sobrevivir a 3500 millones de personas, de las cuales el 70 % son mujeres y niñas. Las mujeres estamos sobrerrepresentadas en las cifras de pobreza, precariedad e informalidad laboral y esto no está escindido, por lo tanto, de las condiciones en que se desenvuelve nuestro trabajo reproductivo.

Luchar contra la desigualdad de género no puede prescindir de plantearse en qué sociedad aspiramos vivir una igualdad plena. ¿Queremos luchar para que haya cuatro mujeres entre las ocho personas más ricas del planeta y seamos un 50 %, genéricamente equitativo, de los más pobres? Si el centro de gravedad del capitalismo sigue siendo la explotación del trabajo asalariado y la extracción de plusvalía ¿es posible pensar la emancipación de las mujeres eludiendo este nudo vital del funcionamiento de la sociedad en la que vivimos? Después de todo, aunque las luchas signadas por la relación capital/trabajo y las luchas dadas en los espacios de la reproducción social tengan sus especificidades, deberíamos buscar las formas de confrontar con la división y el antagonismo que impone la clase dominante, de unir lo que el capitalismo escindió históricamente. Hoy, más que nunca antes, es posible emprender este camino porque, quizás por primera vez, podemos decir que se trata de nosotras, el proletariado.

Mirá acá todas las notas de este semanario

NOTAS AL PIE
[1Ver W. Z. Goldman, El Estado, la mujer y la Revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2010.
[2Lise Vogel, “Questions on the Woman Question”, Monthly Review 31, Nº. 2, junio 1979.
[3S. Federici, El patriarcado del salario, Madrid, Traficantes de sueños, p. 19.
[4Karl Marx, El Capital, Capítulo VI inédito, México, Siglo XXI, 1985, citado en Paula Bach, “El sector servicios y la circulación del capital: una hipótesis”, Lucha de Clases 5, junio 2005.
[5D. Bensaïd, La discordancia de los tiempos, “El sexo de las clases”, p. 137 (inédito).
[6T. Bhattacharya, Social Reproduction Theory, Londres, Pluto Press, 2017, p. 2.
[7Tithi Bhattacharya hace un repaso interesante sobre estos debates desde la óptica de la Teoría de la Reproducción Social en Social Reproduction Theory, ob. cit.
[8Bensaïd, ob.cit., p. 131.
[9Idídem, p. 132.
[10S. Federici, ob. cit., p. 27.
[11T. Bhattacharya, “Reproducción social del trabajo y clase obrera global”, disponible en vientosur.info, 17/02/2018.
[12S. Ferguson, D. McNally, “Capital, fuerza de trabajo y relaciones de género”. Introducción a la edición de Historical Materialism de Marxism and the Oppression of Women. Toward a Unitary Theory, de Lise Vogel, disponible en marxismocritico.com, 16/01/2017.
[13S. Federici, ob. cit., p. 16.
[14Ibídem, p.p. 16-17.
[15T. Bhattacharya, “Reproducción social del trabajo y clase obrera global”, ob. cit.
[16Nancy Fraser, “Las contradicciones del capital y los cuidados”, New Left Review] 100, septiembre-octubre 2015.

[17D. Bensaïd, ob. cit., p. 129.

[18Tithi Bhattacharya, “Reproducción social del trabajo y clase obrera global”, ob. cit.

[19Tasa de participación en la fuerza laboral, mujeres (porcentaje de la población femenina entre 15-64 años), estimación modelado OIT. Tasa de la fuerza de trabajo total, modelado datos Banco Mundial, disponibles en https://data.worldbank.org/.
CATEGORÍAS

 

Print Friendly, PDF & Email